sábado, 6 de septiembre de 2025

El Umbral de la Luna Roja

 El Umbral de la Luna Roja


La noche se había vuelto extrañamente silenciosa. No era el tipo de calma que invita al descanso, sino aquella que parece contener algo oculto, como si el aire mismo estuviera esperando.

Desde el interior de un piso en Madrid, alguien se despertó sobresaltado. No recordaba haber oído nada, pero una inquietud lo empujó hacia la puerta de entrada. Al acercarse, no llegó a mirar por la mirilla. La puerta se abrió sola, con un golpe seco, como si respondiera a una voluntad ajena.

En el rellano, tres figuras diminutas lo observaban. Eran niñas, o eso parecía. No medían más de ochenta centímetros, pero sus rostros eran demasiado maduros, demasiado sabios. La primera, de piel oscura y cabello rizado que caía como una cascada negra, reía con una voz que no pertenecía a este mundo. Una risa que parecía burlarse del miedo, del tiempo, de la lógica. Detrás de ella, una niña de piel pálida y cabello rubio corto lo miraba con ojos vacíos, mientras la tercera, de piel rosada y pelo rojo encendido, fruncía el ceño con una intensidad que quemaba.

El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escapar. Instintivamente, intentó cerrar la puerta. Pero la niña que reía empujaba desde fuera, no con fuerza física, sino con una energía que parecía colarse por las rendijas de la realidad.

Giró la cabeza. A través de la ventana del salón, la luna eclipsada brillaba en lo alto. Roja. Viva. Como un ojo cósmico que todo lo ve. El eclipse había comenzado, y con él, los velos entre mundos se habían hecho finos como el humo.

Comprendió, en ese instante, que aquellas niñas no eran humanas. Eran Djins. Guardianes del umbral. Mensajeras de un cambio que ya había comenzado dentro de él. Había estado explorando lenguas antiguas, jugando partidas de ajedrez que desafiaban su mente, leyendo textos sagrados y viendo historias que hablaban de lo invisible. Todo eso había abierto puertas internas que no se podían cerrar tan fácilmente.

Con un último esfuerzo, logró cerrar la puerta. Pero sabía que no era un final. Era solo el principio.


🌓 Moraleja

Los hombres y mujeres pueden cerrar puertas físicas, pero no son capaces de cerrar su mente a lo desconocido. Porque una vez que se ha vislumbrado lo invisible, lo invisible comienza a mirar de vuelta.