Miro a lo lejos....
Siento y me embriago con la dulce brisa,
que me trae recuerdos,
mientras la nave sigue
surcando las olas
de este cálido mar
de otra época, de otros dioses,
ajeno al ritmo de los
miles de días y noches que lo
contemplan variar en su mágico azul.
Allí se ve, lejana la costa
cientos de playas, de pueblos
de bellas calas, en las que
el viajero encuentra su refugio
interior. Quizás el reencuentro
con olvidados lugares, quizás nuevas
aventuras y desventuras en cientos
de vidas, que como olas se funden
en un ser, en un todo.
El viaje ha sido duro, galerna extrema,
mar en calma, vientos que curten
la piel del marino, del hombre, de la mujer,
de los niños que juegan en las costas,
que viven y se forman parte de este cosmos,
bello Mediterráneo, al que poetas,
cantantes y decenas de pueblos
adoran cuan dios cercano.
Mar conocido, mar antiguo,
aún así es un océano desconocido
en cuyas oscuras profundidades se hayan
secretos sellados a la espera
de que el tiempo vaya leyendo sus
misteriosas páginas, sus perdidos pergaminos.
Faro de Alejandría, Coloso de Rodas...
Cientos de pueblos te han adorado,
Y aún así tienes algo sobrenatural
que torna al viajero, al navegante
en un ser distinto, tiñes las vidas
de gentes con tu aroma, con tu sabor.
Mi embarcación se detiene
en el silencio de la noche.
Y sus ojos al igual que las
luminosas estrellas me ciegan,
pierdo el control de la nave,
me siento náufrago del destino.
Caigo al agua, me sumerjo,
en el plateado mar de Selene
las estrellas navegan sobre las olas
mientras que siento que el
Mediterráneo me envuelve en un abrazo.
Las olas me acarician y me empujan
hacia la fría arena de la playa que besa
mi piel bajo la eterna oscuridad de la noche.
Mi pensamiento se confunde con mis
sentimientos, con mi pasión,
mientras este mágico paraje me cautiva,
me hace prisionero de su sonrisa.
Y lo que añoro es volver a sentir
la cálida brisa del mar,
la arena del desierto cercano,
el viaje agotador, pero a su lado.
Un extraño pavor me paraliza al sentir
la Sirena cantando ritmos
ocultos, y mientras mi alma se funde
con sus ojos, con su sonrisa,
con su dulce voz, soy
prisionero del mar, del cielo,
y de miles de estrellas que son testigos
de cómo el Destino me trajo a esta costa.
Mi razón se torna pasión,
mi cuerpo y mi alma se confunden,
al sentir como su música
acaricia cada poro de mi ser.
Sueño, y me siento como un prisionero dichoso
que añora su Laberinto en Creta.
Sueño con el reencuentro de la magia,
y de miles de leyendas y vivencias
que se ocultan bajo este mar milenario.
El Faro de su dulce sonrisa, de su
ser, me despierta, y deseo
llegar hacia ella.
Es la estrella que guía mi Destino,
en este mar que envuelve mi alma,
y que tiñe mis palabras
con un romántico y profundo color.
Miro a lo lejos....
Y mi alma sigue navegando...
Me encantaría ser un rayo de luna
en la quietud de la noche
para acariciar tu cabello,
mientras tu mirada ilumina las mágicas olas
del mar nocturno.
Me gustaría tornarme en aire
para transportar
las dulces palabras de tu alma,
y vestir tu conversación con
la cálida brisa marina
al amanecer.
Me gustaría ser agua
para reflejar los miles colores de
las nubes en el ocaso,
ser el mar para abrazarte,
ser viento para acariciar tu mano.
Poesía compuesta por Juan María Hernández Pérez